jueves, 30 de julio de 2009

MATEO 24,42-51


A veces, nos hemos preguntado: ¿Qué es lo que Dios quiere de mí? ¿Qué quiere que aprenda de esta situación? ¿Qué puedo agregar a mi pensamiento para que sea más comprensivo y decisivo? ¿Qué me falta vivenciar para comprometerme más? El evangelio es muy claro, dice que el Señor Jesucristo llega en cualquier momento, depende de nosotros si estamos preparados para recibirlo.

Si estamos haciendo lo que tenemos que hacer, él nos reconoce y nos premia. De lo contrario también nos reconoce y nos premia en su justa medida. La decisión de responder al llamado de Jesucristo es muy personal, porque en el fondo de nuestro corazón sabemos lo que tenemos que hacer, solo que a veces nos parece difícil aceptarlo y por eso colocamos toda la resistencia posible, para evadirlo… y le damos vueltas y vueltas en la mente.

De Agustín existe una historia que muchos conocemos. “Un día Agustín paseaba por la orilla del mar, dándole vueltas en su cabeza a muchas de las doctrinas sobre la realidad de Dios. Cuando se encuentra a un niño que había hecho un hueco en la arena y con un cántaro sacaba agua del mar y la depositaba en el hoyo. Agustín le pregunto ¿Qué hace?... El niño le responde: metiendo toda esta agua del mar aquí… Es imposible, dice Agustín. El niño le responde igualmente es imposible meter a Dios tan grande en su cabeza. Ahí, termina el relato.

Lo cuento esto, porque la vida de San Agustín nos ayuda mucho a nuestro crecimiento personal. El tenía sus cualidades y sus fortalezas: Le gustaba leer especialmente los griegos clásicos, se preocupó por escribir bien y hablar bien, por conocer más de la poesía, la retórica, el teatro… Igualmente tenía sus debilidades o pecados le azotaban: El trago y las mujeres.

El quiso mejorar su vida, y encontró a los diecinueve años un libro llamado Hortensius que despertó en la mente el espíritu de especulación y es así se dedica de lleno al estudio de la filosofía.
Todos tenemos fortalezas y debilidades, pero debemos emprender un camino de búsqueda y ahí en el camino, se van dando las cosas.

Cuando asumimos compromisos de conversión, entonces nuestra existencia da otro rumbo. A Agustín lo vemos en las celebraciones litúrgicas del obispo Ambrosio, rompiendo definitivamente con el maniqueísmo, que afirmaba que la salvación se adquiere por el ayuno, la educación, la negación de uno mismo, el vegetarianismo y la castidad. Agustín decidió vivir en ascesis, decidió estudiar el Antiguo Testamento, San Pablo, vender todos sus bienes…

Así, empezó a escribir y defender la fe… Hasta que la Iglesia Católica le asignó el título de santo. Así, es la vida nosotros determinamos el rumbo y Dios con su Espíritu va acompañando esas decisiones que hacemos desde nuestra libertad y con la petición de su auxilio poderoso.

Ahí está la vida, decide sobre ella… Que tenga un esplendoroso día.

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