sábado, 11 de julio de 2009

LUCAS 1,39-56


Cada uno de nosotros es llamado por Dios a dar vida abundante. Emprender en ese propósito requiere tres movimientos que también aparecen en ésta visita.

El movimiento externo: el viaje de María de Nazareth a Judá (1,39-40) El viaje es un gesto concreto de obediencia a la Palabra de Dios (ver 1,36). María lo hace sin tardanza, “con prontitud” (1,39).
La distancia entre Nazareth y la ciudad de Judá es siempre larga. No se menciona ningún otro personaje en el viaje fuera de María. Este largo recorrido y la soledad silenciosa de María son significativos. A veces necesitamos guardar distancia para pensar con claridad y asimilar mejor las situaciones de vida. La misión es personal.
Al mismo tiempo María no pierde de vista la meta de su viaje: ver a aquella mujer de quien se le ha hablado y que también ha sido beneficiaria del amor de Dios; con ella será solidaria. Isabel ya está entrada en años y necesita quien la cuide en el parto. Si pretendemos alcanzar un sueño, lo primero es tener un sueño. Las pequeñas acciones lo van construyendo.

El movimiento interno: la acción del Espíritu Santo (1,41 y 44) “Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel” (1,40). Las dos mujeres, cuando se saludan, captan la vibración del Espíritu y se abrazan con una inmensa alegría.
El contenido del saludo de María es desconocido. Conocemos su efecto: es de tal manera que hace saltar a la criatura en gestación en el vientre de Isabel y de provocar la unción del Espíritu Santo (1,41).
“Saltó de gozo el niño en su seno”. Un encuentro entre las dos mujeres hace saltar de alegría al niño de Isabel, lo cual es manifestación de la acción del Espíritu. Dos encuentros María y su prima y Jesús y Juan. A partir de este momento muchos saltarán de gozo a lo largo de todos los evangelios cada vez que se encuentren con Jesús.
“Isabel quedó llena de Espíritu Santo” a partir del saludo de María. Isabel está emocionada se estremeció y danzó de alegría. Sus vidas atravesadas por soledades por fin encuentran oídos merecedores de sus secretos, ambas se sienten comprendidas. En esa cercanía, en la que también actúa el Espíritu, las dos elevan himnos de alabanza. Se suscita así un movimiento de reconocimiento público y de respeto que revela lo que desde tiempo atrás ha venido madurando en el corazón. Es el Espíritu Santo quien motiva y alegra nuestra existencia, igualmente nos ayuda en la consecución de nuestros propósitos.

El movimiento confesional: el cántico de reconocimiento de Isabel a María (1,42-45). “Y exclamando con gran voz, dijo...” (1,42a). Lo que hasta el momento era solamente el secreto de María ahora Isabel lo anuncia a gritos y con el corazón desbordante. Isabel le dice a María dos palabras claves que describen su personalidad: “Bendita” y “feliz”.
“Bendita”. En primer lugar, Isabel alaba a Dios por lo que Él ha hecho en María, esto es, la ha llenado de gracia y la ha bendecido con su poder creador que la ha hecho capaz de transmitirle la vida al Hijo de Dios.
Bendecir es “generar vida” y precisamente por eso María es “la bendecida” por excelencia: si bien toda mujer es bendición para el mundo por el hecho de engendrar vida, mucho más María es la “bendita entre todas las mujeres”, ya que ella trae al mundo al Señor de la vida que vence la muerte y da la vida eterna.
Con el tiempo he descubierto que quienes oran y hablan bien de nosotros, también alcanzan sus nobles ideales.
“Feliz”. En segundo lugar, Isabel le hace eco a las palabras pronunciadas por María en la anunciación: “Hágase en mí según tu Palabra” (1,38), y califica su actitud como un acto de fe: “Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor”.
Isabel cuando dice que María “creyó” se refiere a que tomó en serio la Palabra y se abandonó a su poder creador, confió en la fidelidad de Dios a su promesa. La alegría de María proviene de la fuente inagotable de su fe siempre viva, porque ella como ninguna está siempre dispuesta a la acción de Dios.
Este mismo gesto de María le será pedido, a lo largo del Evangelio, a todas las personas que se crucen con Jesús. (Ver por ejemplo: Lucas 7,9.50; 8,48). En la fe tendrán que ser educados de manera especial los futuros evangelizadores (ver 24,25). Aparece así una definición clara de la fe: somos creyentes cuando sabemos “oír la Palabra de Dios y ponemos en práctica” (8,21; 11,27-28).
Con el tiempo he descubierto también que existen personas que matan los sueños, mientras que otros los alimentan.

Para reflexionar:
¿De qué manera el recorrido de María en este Evangelio, me ayuda a tomar conciencia del llamado que tengo a generar vida?
¿Saco tiempo para la meditación y la oración para tomar conciencia de la obra de Dios en mi vida?
¿Si acudimos al Espíritu Santo para acrecentar nuestra motivación y alcanzar metas?
Un abrazo de oso…
Nota: La gran mayoría de las ideas anteriormente expuestas son del padre Fidel Oñoro.

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