martes, 2 de junio de 2009

MATEO 5,43-48


Hace años distinguí una señora que llegaba al templo a orar y allí en sus plegarias pedía una y otra vez muchas veces con lágrimas; por los asesinos de su esposo y sus hijos. Me dijo una vez: “vengo aquí ante el Santísimo a pedirle que me de valor y me ayude a perdonar a aquellos que se quienes son, que me quitaron lo único que tenía”. Nuestro pueblo clama justicia, reparación… no clama que siga la violencia, la muerte...

Ustedes han oído que se dijo: “amarás a tu prójimo y no harás amistad con tu enemigo” Pero yo les digo Amen a sus enemigos y recen por sus perseguidores, para que así sean hijos de su Padre que está en los cielos. ¿Qué fue lo que Jesús nos quiso enseñar?

Jesús nunca pidió que amáramos a nuestros enemigos del mismo modo que amamos a nuestros seres queridos. No pretendió que sintiéramos el mismo afecto que sentimos por nuestros familiares o nuestros amigos.
Si hubiera querido el evangelio, habría empleado otros verbos. Pero utilizó el de “agapao” que proviene del sustantivo “ágape” que significa “amor” en castellano. El ágape es el amor de Dios, que busca al ser humano. En contraste: con el eros que es un amor que está subordinado al valor atribuido a lo que se ama. De forma natural, tratamos mejor al profesor que al pordiosero.
Este amor que Jesús exige del ágape, no consiste en un sentimiento, ni en algo del corazón. Si dependiera de nuestro afecto sería una orden imposible de cumplir y además absurda, ya que nadie puede obligarnos a sentir afecto.
El ágape que Jesús pide consiste en una decisión, una actitud, una determinación que pertenece a la VOLUNTAD. El ágape es amor que invita a “amar” inclusive en contra de los sentimientos que experimentamos instintivamente. El amor que ordena no obliga a sentir aprecio o estima por quien nos ha ofendido, ni devolver la amistad a quien nos ha agraviado o defraudado. Lo que pide el ágape es: Buscar y tener la voluntad necesaria para ayudar y prestar un servicio de caridad, si algún día nos necesita aquella persona que nos ofendió, nos lastimó...

En ésta medida es posible amar a los enemigos. Esto en teoría es hermoso, pero cuesta mucho. El anterior, es solo un caso de una señora, de los muchos que permanecen vivos en el interior de muchos hogares del Putumayo, que implican largas horas de rodillas, oraciones… pero sobre todo de justicia de los encargados de turno. Dios les bendiga…

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