sábado, 13 de junio de 2009

JUAN 12,20-33


Estás palabras quedan precisas ahora que iniciamos unas misiones. Tenemos que morir para nacer. Una primera alianza, abocada al fracaso, fue escrita en tablas de piedra; la segunda será imborrable, pues estará escrita en los corazones. Y para que ésta se dé es preciso, morir a situaciones.

1. “Si el grano de trigo cae en tierra y no muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto”

Caer en tierra y morir, es la condición del ser humano. Hay momentos en que tenemos que rebajarnos, tenemos que tocar fondo en determinada situación para empezar a vivir, sentirnos frágiles para comprender a los demás... Morir a situaciones para iniciar a vivir realmente a plenitud.
Gozamos de una plena compañía porque hemos muerto a situaciones.
Si el grano de trigo cae en tierra tiene que transformarse, si es que quiere vivir. Tiene que renunciar a su yo, abrirse al agua, a la tierra a elementos extraños y nutrientes benéficos para que lo invadan y así pueda ser fecundo y multiplicador.
El grano que muere se transforma en espiga, si se hubiera encerrado en sí mismo ¿qué pasa? se hubiera podrido y habría muerto siendo infecundo. Es necesario dejar de ser grano para dar frutos. Es el misterio del amor de Dios. Aunque nuestra vida en general es partida y llegada, podemos preguntarnos de todos modos: ¿Qué clase de grano somos?
“El que se ama a sí mismo, se pierde”. La vida es comunicación. Continuo y necesario intercambio. El abrirse a los demás, el intercambiar y el convivir, muchas veces duele y rompe por dentro, agita el alma…

2. “Mi alma está agitada”, decía Jesús a sus discípulos. Los pecados de los demás se le metían por dentro y le rompían, le agitaban el alma. “¿Qué diré: Padre, líbrame de esta hora? Pero si para esta hora he venido”.

Jesús había venido para librar al mundo de los dolores y los pecados. Le influían dado que él buscaba borrar y consumir estos pecados en el horno ardiente del amor de Dios. Jesús estaba allí orando y no con los brazos cruzados o hablando con los discípulos. Su humanidad pesaba y dicen que sudaba gotas de sangre, es decir su angustia fue grande.

Jesús de Nazaret se abrasó, de hecho, y se consumió por el amor del Padre, abriéndose al amor de sus hermanos, viviendo, muriendo por ellos y para ellos. Esta era la misión que el Padre le había encomendado y Jesús, aceptando esta misión glorificó su Nombre.

También nosotros somos granos sembrados por Dios aquí en la tierra en donde estamos. Dios quiere que seamos granos fecundos, estando abiertos a los demás, dejándonos transformar por el amor de Dios. Así glorificaremos el nombre de Dios y nuestra vida crecerá como espiga resucitada y fecunda.
Que sigan teniendo un día esplendoroso.

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