viernes, 22 de mayo de 2009

MARCOS 6,30-34


Les quiero confesar algo, cuando se me ocurrió la idea de escribir en un blog, el primer texto que pensé colocar en común es éste, con una continuación en el día de mañana. Éste texto me parece especial y dice mucho de nosotros.

Hay personas que después de una larga jornada de trabajo o de estudio, luego sienten una gran desolación, tristeza, ansiedad… A los discípulos de Jesús no les pasa así, ellos le comentan a su Maestro todo lo ocurrido. Es maravilloso ver como entre papás e hijos que son muy buenos amigos y son apoyo en las buenas y las malas.
Después de la labor cumplida y del compartir experiencias Jesús les dice a sus discípulos:
1.- Vengan ahora ustedes, a un lugar solitario y despoblado a descansar un poco.
El decir “vengan ustedes” se refiere a sus amigos, a los más cercanos, a los que se comunican con él… también somos cada uno de nosotros, cuando contamos con él y estamos lejos de los fariseos, lejos de los Herodes y sus enviados, lejos de la gente que sólo busca su propio interés…
--Solos con el Señor Jesús-- sin diferencias culturales, políticas, sociales…solos con Jesucristo, donde no hay jefes, ni superiores, ni clientes…
--Solos como una familia cercana y amiga. Sin noticias lamentables, sin los gritos e insultos, los engaños, avaricias, rencores…porque es el Señor quién esta con ellos.
--Solos con Jesucristo, haciendo un alto en el camino, recobrando fuerzas y equilibrio humano, llenándonos de su presencia, que es la sal de la vida.

2.- A un lugar solitario y despoblado… Tal vez, Jesús pensó en una pequeña playa solitaria del lago. En contacto con el precioso mar, que en su grandeza es símbolo de nuestro Padre Dios infinito, poderoso y al tiempo tranquilizante, con el sonido de las olas que saben acariciar la arena de las playas y borrar allí, una y otra vez, todo aquello que nosotros queramos escribir y reconocer como mal hecho en nuestra vida.
Un lugar solitario… donde nuestra mente y corazón estén tranquilos. No para obsesionarnos con nuestra miseria y maldad, sino para llenar los pulmones del alma, con el olor a oxígeno, a pino de mar o de montaña. De un Dios todo amor, que me quiere a mi como soy, como quiere al pino incomparable, a la planta del tomillo que nace a sus pies, a la jara olorosa que une su color con el del pino.
Un sitio tranquilo, solitario, sin comercio, lejos del mundanal ruido y la rutina de todos los días. Un sagrario ante el que nos inclinamos y volcamos nuestro corazón. Un lugar en donde la planta más pequeña me invita a alabar y bendecir a ese Dios y Señor. Un lugar solitario, de encuentro con Jesús donde reconozco el firmamento infinito y mi fragilidad humana.
(Adaptación de un texto de la página: http://Betania.es/)

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